viernes, 8 de julio de 2005

Muerte a la carta

Todos le tenemos miedito a la muerte.

Siempre me dije a mí misma que yo no, esperaba (cuando inocente mozuela) un día poder sacrificarme heróicamente para salvar la vida de otra persona, pero cuando a uno se le agria el entusiasmo y se da cuenta de que la realidad no está hecha de la fantástica sustancia platinada de los filmes, la vida y por lo tanto la muerte, pierden teatralidad y se convierten en parodias diarias de noticiero.

Pero la muerte siempre ofrece un atractivo extra al público, ya que a nadie nos importa la vida de los demás, bueno... de los demás pobres diablos como nosotros mismos (porque claro que la vida de las estrellitas sintéticas faranduleras vende, el morbo vende, si lo he dicho yo).

Así que Don Fulanito cuyas ordinarias vida e identidad a nadie interesaron jamás (tal vez ni a su propia parentela) se convierte en noticia nacional si muere asfixiado por una Whopper Doble, cuando pudo ser una más de las estadísticas de cáncer de próstata del seguro social años más tarde (caso que no haría ni tilín en la prensa).

El grueso de la población dirá "ay no... yo moriría como fuera, menos quemado... o asfixiado... o acribillado... o ahogado... o tras una larga enfermedad" entonces viene un silencio mental que les hace percatarse de que la muerte apacible ideal del caer en sueño profundo es una probabilidad espantosamente reducida.

El tan mentado "miedo a lo desconocido" es lo que se dice asusta a la mayoría, pero creo que a estas alturas de muerte globalizada, lo que más nos aterra es convertirnos en un número más sin mayor trascendencia que su registro civil. Morir en el peor de los casos en un suceso terrible del que todos habrán de enterarse... mientras cenan y murmuran "es terrible... pásame los frijoles".

Pocos se percatan de que se muere un poco cada día, algunos hemos vivido sacudidas que tornan una vida en otra totalmente distinta, eso es morir también, aunque con conservación de memoria, registros y demonios para flagelarse en la vida por venir. Si no se arraigara culturalmente tan profundo en nosotros el pánico por la caída al vacío, seríamos libres de renacer cuantas veces nos apeteciera.

A veces (pocas, por desgracia) es posible ver una muerte así como una nueva oportunidad, todos nacemos con el derecho a un comienzo, pero si nos cruzamos con otro más, vale la pena morir.