martes, 9 de abril de 2013

Un familiar desconocido, otro sueño

Trepábamos por las ramas de un árbol acompañados de amigos entrañables. Pronto me encontré con una rama demasiado lejana y me volví hacia todos tras de mí, les dije que no podíamos seguir, que debíamos volver.  Nadie cuestionó la renuncia a algo que parecía tan trascendente.

Descendimos hacia un bosque.  Había vehículos ocultos en él y subimos a ellos.  Tú y yo íbamos en la parte trasera de uno mientras alguien conducía.  Yo te miraba, comencé a sentirme translúcida, ligera; tú lo notaste y tus ojos se abrieron más, luego entonaste una canción, cosa inverosímil en alguien con tus escrúpulos.  La canción disolvió el espacio tangible entre uno y otro, no se me ocurrió siquiera oponerme a tan contundente argumento. De pronto me noté vulnerable a todos los afanes del mundo; entre ellos distinguí la voz ecuánime de mi madre que señalaba otro vehículo en el camino, con mi padre al volante, inmerso en banales, intrascendentes tareas cotidianas que me conmovieron hasta la médula.