jueves, 1 de septiembre de 2005

Ensayo de un dolor



Plenamente consciente de la abundancia de poemas, composiciones y odas magistrales tanto modernas como ancestrales que de forma continua brotan bajo el yugo de la pérdida, el vacío, el abandono, el desamparo, el rechazo y el extravío,(entre tantos otros. Agregue aquí su su desazón:______________)me atrevo a cometer la insolencia de alzar unas líneas por un dolor mundano y trivial (como a fin de cuentas es cualquier dolor ajeno): un dolor mío.

A este dolor lo llamo mundano y trivial por respeto a tantos otros dolores del alma o del corazón, dirán los que lo tienen más blando, pues se trata de un simple y llano dolor físico cuyas causas y características sintomáticas vale más omitir para evitar reducirlo a lloriqueo de consultorio, ya que después de todo me he tomado la molestia de rendirle esta extraña especie de tributo aunque tampoco pierdo de vista que todo esto pueda sonar simple alarde y excentricidad.

Es frustrante hablar de dolores, siempre habrá alguien que diga "pero...¿cómo te duele?...¿qué tanto te duele...? Es como si... te golpearan duro con un bate o es como si te cortaran con una navaja?...¿seguro que es dolor... o es ardor?". Y siempre resultará tan sencillo clasificarlo o cuantificarlo como saber qué siente cada uno de los pacientes en la sala de emergencias de un hospital por la torsión de sus muecas o la prolongación de sus quejidos. El dolor lejano puede ser desagradable pero no del todo intolerable, la perfecta muestra de que el dolor ajeno no hace tilín es el doctor que realiza una curación de fractura expuesta sin anestesia mientras dice "seguro que puede aguantarse un poquito, ¿verdad?".

Pues bien, érase una vez un dolor intenso, que llegó a serlo tanto que hizo a la mente alcanzar un peculiar grado de lucidez en el que aunque no pensaba nada, mil ideas se encendían y apagaban dentro de ella en fracciones de segundos.

En momentos así, a pesar de que los ojos están abiertos, se tiende una pantalla negra tras ellos y puede verse todo pero nada tiene sentido, podría decirse que el dolor es obscuro porque se pierde la voluntad de ver; una ansiedad silenciosa lo invade todo y el aire pareciera tomar la densidad del chapopote. Pronto se tiene la impresión de estar en la palma de una mano enorme que comienza a cerrarse pero nunca termina de hacerlo, lo único que atraviesa aquélla presión es el destello de mil veloces pensamientos de terror.

Me atrevo a decir que el miedo es dolor y viceversa, entonces sólo esa relación luce obvia. El dolor lo tergiversa todo y desproporciona el tiempo también, que parece prolongarse idefinidamente ante lo cual, la única palpitación constante y creciente es la del pánico por una intuición de que aquéllo puede seguir. Todo sucede en instantes tan relativos como puede ser la duración del dolor en sí, la mente es poco resistente al pavor que le producen esas sensaciones y la idea de que puedan prolongarse; durante los destellos ha tratado de explicarse, de encontrar una salida "¿cómo detenerlo?, ¿cómo se le apaga...?", entonces vuelca su desesperación en una sola idea, un sólo deseo: la muerte, la desconexión del intrincado cableado nervioso, todos los sensores, todo aparato que lo alimente y sostenga el ciclo vital que transmite los impulsos eléctricos que contribuyen a ése infierno. Una vez que esa idea brota, todos los pensamientos giran en torno a ella hasta transformarse en copias burdas y armar un coro barroco que repite lo mismo una y otra vez a tiempos distintos, provocando que el sonido se empalme sobre sí mismo y se convierta en estruendo, hasta que cada fibra del organismo se concentra en una misma invocación de muerte.

De chica leí por ahí que el dolor es la pasión del alma, siendo así se le pueden atribuir flamas tan intensas como las de otras pasiones humanas, sean viles o nobles pero que en breve arrasen con toda idea, recuerdo o pensamiento que no sintonice con ellas.

El que ama lo hace a todas horas y vive suspendido, infectado de ilusiones cada pensamiento; el que odia hierve de forma perpetua, contaminada hasta la última neurona en esa esencia de ardor. El dolor, independientemente de lo que dure, arrasa también y consume todo en su palpitación; el escándalo ensordecedor que produce satura por completo el panorama mental y cuando se ha ido es como ver el horizonte tras la desolada devastación de un bosque quemado.

El alivio y la gratitud que el dolor deja detrás parecen tan luminosos que se desvanecen lentamente mientras la mente alcanza un funcionamiento de niveles filosóficos: el aire parece más dulce, el verde de los árboles más tierno y los sonidos más encendidos e inquietantes... una muerte express y un renacimiento en miniatura.

Así, la relación muerte-dolor es mucho más estrecha de lo que a todos nos gustaría y en muchos casos lucen equivalentes. Todos intuimos sufrimiento del brazo de la muerte, de ahí que tantos digan que no temen a la muerte, sino al dolor... y cómo no?.

Sin embargo, es la muerte el final de todo dolor y es la vida la que nos hace padecer todo tipo de sufrimiento; el dolor es un claro síntoma de estar vivo aunque deseando morir, un acercamiento a la muerte en instantes en que la vida se agita intensa.

Es de suponerse que el dolor es también contribuyente de los espectaculares cambios de actitud y el optimismo renovador casi cursi de las personas con experiencias cercanas a la muerte con o sin túnel luminoso.

El dolor, la vida y la muerte son misterios ancestrales pese a que todos participamos de ellos constantemente, ya era hora de que nos hubiéramos resignado a simplemente aceptarlos y dejarlos en paz, pero entonces no seríamos los insolentes mortales que aderezan su complejo mundo con reflexiones diversas, algunas, más bien desorientadas, como ésta.

No hay comentarios.: